No estoy pasando por un
momento agradable en los días que estoy viviendo, durante días no
he sabido sobre qué escribir porque mi crisis de inspiración
repentina e inoportuna me lo ha impedido. Quisiera hablar a quien
quiera que lea estas palabras escritas bajo este anonimato, sobre la
importancia de la música y la moda en mi vida, tanto para mí como
para muchas de las personas que se sientan identificadas.
A diferencia de lo que
muchas personas puedan pensar o tener entendido, la música y la moda
discrepan en muchas de sus características pero por otro lado son
capaces de expresar lo que una persona siente y necesita compartir
para no sentir que está solo en el mundo. En mi caso, la música me
ha acompañado desde que obtuve involuntariamente el uso de razón,
ha sido durante todos estos años la mejor de las compañías que a
mi parecer toda persona debería otorgarse a sí misma. Al igual que
la moda, la música pasa por etapas, pudiendo ser un grandioso éxito
y perdurar durante muchas generaciones -como el maravilloso 2.55 o el
vestidito negro de Coco Chanel-, o por el contrario, puede hundirse
en las más profunda oscuridad por el hecho de ser la peor bazofia
que alguien pueda oir.
¿Quién no se ha
colocado su maravilloso iPod y se ha marchado dispuesto a arrasar en
la primera tienda sobre la que ponga sus estupendos Jimmy Choo
-colección masculina, por supuesto-? Yo no, básicamente porque no
me lo puedo permitir, como muchas otras personas de este ridículo
país.
La música es más que simples notas en armonía; es capaz de provocar la euphoria en un día gris, hacerte sentir beautiful si tu autoestima se encuentra a tres metros bajo tierra, o incluso hacerte sentir que te encuentras desafiando a la gravedad que nos encarcela. Es moda, porque sin ella una canción no sería nada, aunque la moda pueda vivir perfectamente sin élla. Por hoy, como diría la temida Miranda Priestly, es todo.
© JESÚS GUERRERO VÁZQUEZ